Con las vacunas encima y con unas ganas inmensas de seguir a su madre, Leroy se adentra en la llanura de la baldosa de asfalto, torpe pero rápido corretea feliz sobre ellas, le resulta extraño sentir esa rugosidad y aspereza en sus blandas almohadillas, en casa parece un zorrito del desierto, veloz y ágil, en la calle sin trazos rectos que pisar y con tanto bache es diferente, le extraña pero le entusiasma demasiado, el ruido, el aire, los sonidos, las luces...
Todo es nuevo y fascinante para él, sigue a su madre y eso se ve que le da más confianza.
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